jueves, 17 de octubre de 2013

Edgar Pesántez Torres



Hay una disciplina que ha venido revolucionando las ciencias sociales y particularmente las de comunicación: la Semiótica, cuya investigación respecto de los signos ya fue utilizado mucho antes que se oficialice su nombre, pues su génesis se confunde con el de la propia filosofía, cuyos figuras de la antigüedad ya discutían sobre el origen de las palabras y, en particular, de la relación que existe entre ellas y las cosas que designan. Una vez formalizada como ciencia, de manera informal se puede decir que estudia las diferentes clases de signos, las reglas que gobiernan su generación y producción, transmisión e intercambio, recepción e interpretación en el marco de una cultura determinada. Lo que quiere decir que está vinculado a la comunicación y a la significación de una cultura, por consiguiente su objetivo es demasiado ambicioso.


La comunicación, vale decir que ésta no es solo la representación de una realidad, física o mental, que alguien traslada a alguien, sino siempre un hacer comunicativo que construye no solo el mensaje, sino el contexto, los interlocutores, inclusive el objeto mismo de la comunicación. Es un acto de sentido que se comete con palabras, imágenes, gestos, música, en definitiva con los lenguajes verbal y no verbal, que transforma al mundo y a los hombres. Es decir, hasta el mensaje de las reliquias (residuos que quedan de un todo) es un acto comunicativo que constituye una imagen de un emisor potencial y del momento de su emisión que causa una pasión y eventuales acciones en el perceptor. Subyace a la comunicación la Semiótica, convirtiéndose en una disciplina de valor inconmensurable por cuanto interpreta hasta el significado de aquellos cándidos que moran en los cenáculos del saber renegando de ella, al señalar que es una disciplina de poca monta.

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